lunes, 17 de octubre de 2011

De República Dominicana participa:


Federico Jóvine Bermúdez. Poeta, ensayista y narrador. Nació en San Pedro de Macorís, República Dominicana, en 1944. Es miembro de la Generación de Post Guerra y de la Unión de Escritores Dominicanos. Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés y también francés, por Claude Couffon. Fue Comisionado de Cultura del Banco de Reservas. Obra poética: Huellas de la ira, Salvo error ú omisión, Pablo Mamá, Ardiente pasión por la palabra, Textos en contexto, Don Quijote, Facer la América (El anti libro de los descubrimientos).




Eras un espíritu sensible.
Apenas comenzabas a vivir, a soñar, a desear
multiplicar tus ilusiones.
Se decían en tu barrio tantas cosas bellas de ti,
que francamente Vivían,
me sorprendió que aparecieras en los periódicos
en esa desesperante lucha con la muerte.
En ese terrible intento por destruirte,
como si fuera posible que la flor se suicidara
privando al aire de su esencia.
Te refugiaste en tu espejo,
porque ya no existía la paz en tus dominios,
ya no era tuya la estación del amor.
Tenías que encontrarte.
Tenías que buscar tu lugar en el sistema.
Tu número gris de operaria,
la máquina 1300 en la factoría,
Bill, a John,
el dancing, el bowling, el Social Security,
tu hermosa identidad de chica americana.
Irte a pasear los weekends por las autopistas
con los cabellos al viento
con enormes motores amarillos.
Copular en las cafeterías.
Adaptarte a tu momento,
a tus hot dogs humeantes.
Tus filas en los cines,
el overall numerado, las wurlitzer de las fuentes de soda.
Ese, era el mundo que te pertenecía.
El mundo del rebaño, de la masa,
el mundo gris de los sin sueños.
Te negaron el derecho al placer, a la sonrisa.
A buscar la verdad, de escapar a tu medio, a tu ambiente.
Y yo me pregunto en medio del espanto que me dio
tu figura deslizándose por el muro, si tenías derecho
a suicidarte.
Si tenías derecho a prescindir de la risa,
de impedir al viento penetrar en tu pelo,
de no dejarnos oír la suavidad de tu voz de pájaro enjaulado.
Si tenías el derecho a escalar las paredes
buscando eternizarte con la muerte.

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